Durante los últimos diez años, Abraham Cruzvillegas (ciudad de México, 1968) ha fincado su práctica artística sobre la plataforma conceptual de lo que se ha denominado “autoconstrucción”. Guiado por su interés en la improvisación con materiales y técnicas de construcción, Cruzvillegas ha arraigado su obra en el paisaje urbano que rodea a su hogar familiar en la colonia Ajusco, al sur de la ciudad de México, donde las casas permanecen en un constante estado de transformación, con anexos y adaptaciones en curso siempre que haya material disponible y de acuerdo a lo que dicta la necesidad. Esta manera de construir ha influenciado el pensamiento y la metodología del artista, al mismo tiempo que opera como una metáfora para la articulación de la identidad individual con su contexto.
Incluyendo esculturas e instalaciones, así como registros de sus experimentos recientes con imagen en movimiento, y de eventos en vivo, Abraham Cruzvillegas: Autoconstrucción es la primera gran exposición que aborda la visión y práctica multidisciplinaria del artista.
Se presenta simultáneamente en el Museo Amparo en Puebla, México.
techos todos chuecos
caóticos de cercas
de malla de gallinero, tiznados,
y de muebles jodidos;
bardas y letrinas
hechas con costillas
de tambos y huacales
—William Carlos Williams✶
Durante los primeros veinte años de mi vida presencié la construcción lenta de la casa donde vivía mi familia; todos participamos en ese proceso. En el contexto de una invasión masiva de migrantes procedentes del campo, con necesidades muy precisas como la vivienda, la construcción de mi casa y de mi colonia comenzó en los años sesenta en una zona de piedra volcánica al sur de la ciudad de México que no había sido contemplada en la planeación de la ciudad, si es que hubo alguna.
Los materiales y los métodos usados fueron casi completamente improvisados y dependían de las circunstancias específicas de nuestro entorno inmediato, uno de inestabilidad social y económica generalizada. Las soluciones estaban basadas en necesidades y situaciones concretas como hacer una nueva habitación, modificar un techo, mejorar o cancelar algún espacio.
Por haber sido construida sin presupuesto y sin voluntad arquitectónica, actualmente la casa aparece caótica y casi inútil. Sin embargo, cada detalle y cada esquina tiene una razón de ser, de estar allí. La casa es un auténtico laberinto pulido por la pátina simultánea de la construcción, el uso y la destrucción.
Esta autoconstrucción, como se le llama genéricamente a ese tipo de edificaciones, debe ser vista como un proceso cálido en el que la solidaridad entre vecinos y familiares es muy importante. Es una colaboración en la que se comparte el capital y también es un entorno educativo y enriquecedor para que cualquier individuo que forma parte de una comunidad pueda entender su propia circunstancia.
La serie de obras que componen el proyecto Autoconstrucción, parten de observar la casa como un todo, observando los detalles creados con técnicas improvisadas que derivaron de la urgencia de componer un hábitat humano a como dé lugar, un espacio que deviene espontáneo, contradictorio e inestable. Las referencias originadas a partir de la observación de la casa también se transforman de manera inestable, como los obstáculos, rebabas, estorbos, saltos, brincos, sacudidas, irregularidades, desprendimientos, rebotes, quiebres o anulaciones que apelan a lo local, en forma de una conciencia somática de lo inmediato o de lo urgente, de una presencia física en el tiempo y en el espacio que es múltiple y simultánea.
Muchas de las obras evidencian mi voluntad de confrontar dos o más sistemas económicos radicalmente distintos, llevando a cabo matrimonios híbridos y mezclas inesperadas de materiales y técnicas. No existe representación de los detalles técnicos de la construcción sino una reproducción de las diversas dinámicas involucradas, observando sus entornos sociales y económicos como un andamio en el cual me muevo.
Aun cuando aisladamente algunas piezas pueden recordar figurativamente la estructura básica de una “casa”, más que simplemente presentar maquetas de arquitectura pobre, mi meta principal es producir conocimiento acerca de cómo la actividad humana genera formas, y también tratar de renovar, en mí mismo, un vehículo significativo para la invención y la creación.
Por otro lado, para la construcción de la imagen total de mi ser, recolecto signos expresivos a través de una acumulativa y afectiva búsqueda a manera del Atlas Mnemosyne realizado por Aby Warburg. Como una banda sonora silente del tiempo y del espacio, junto con las esculturas que hago, hay una acumulación de información en forma de dibujos, fotografías, imágenes en movimiento, sonidos, colecciones de carteles de cine, imágenes canceladas tomadas de periódicos y postales, pedazos de videos, canciones y textos secuestrados de mis lecturas, que comparto para atestiguar mi cosmos. Todos estos fragmentos son las piedras y tabiques labrados a mano que conforman las paredes, techos y pisos de mi casa.
Buckminster Fuller decía que la materia se organiza por simpatía, lo que aplica a mis colecciones de objetos, imágenes y sonidos, así como a mi obra tridimensional. A través de mínimas transformaciones, sin anécdotas, sin narrativas y, tal vez, sin ninguna habilidad, mi obra es la prueba de que estoy vivo. En mi obra, la transformación de información, materiales y objetos compone también la inacabada construcción de mi propia identidad como una aproximación a la realidad a través de hechos.
—Abraham Cruzvillegas
✶Traducción de Abraham Cruzvillegas.
Abraham Cruzvillegas: Autocostrucción organizada por the Walker Art Center, Minneapolis, y curada por Clara Kim.
Con el apoyo de The Andy Warhol Foundation for the Visual Arts. Y el generoso apoyo Nelly y Moisés Cosio Espinosa, the Rose Francis Foundation, Gabriela y Ramiro Garza, Eugenio López, Leni y David Moore, Jr., Donna y Jim Pohlad, Mike y Elizabeth Sweeney, y Marge y Irv Weiser.