Selección de Adriana Flores Suárez
Porosidad en los bordes

Las cosas nos devuelven mirada por mirada.
Nos parecen indiferentes porque las miramos con una mirada indiferente.
Mas para un ojo luminoso todo es espejo;
para una mirada sincera y grave, todo es profundidad.
– Gaston Bachelard

Ensayo aquí una lectura de obras de la Colección Jumex que, más que ofrecer respuestas, evoca umbrales desde los cuales es posible explorar lo íntimo, lo visceral, el paso del tiempo y lo afectivo como gestos sutiles y profundos que emanan de la materialidad de los objetos, incluso en medio de la multiplicidad de estímulos que nos atraviesan. Esta selección se presenta como una serie de derivas abiertas, donde el cuerpo y la propia materialidad de los objetos invitan a la presencia y a la escucha activa, permitiendo que el aliento de la imaginación emerja en formas insospechadas.

En este presente-futuro que transitamos, en el que los días se deslizan a través de nuestras pantallas, prestando poca atención a la fragilidad siempre latente de nuestro planeta, me pregunto si es posible situar nuestro cuerpo, detenernos y observar la profundidad de lo que subyace más allá de lo inmediato. Podríamos prestar atención al entramado de gestos que sostienen la vida más allá de su belleza material y, acaso, encontrar en las prácticas artísticas una suerte de balsa, tejida de afectos, memorias y deseos, para transitar a la deriva en estos tiempos.

El surrealista André Breton afirmaba que los objetos podían encarnar deseos y necesidades inconscientes, moldeados por el yo, proyectados hacia el exterior. En este sentido, la porosidad del quehacer artístico y la lectura del mundo de cada artista podría ser el recipiente, contenedor de la potencia que guarda una semilla en tiempos de siembra. Tal vez en las fibras apenas visibles de la materia habite aquello que impulsa otras formas de pensamiento, otras maneras de imaginar rutas para transitar la complejidad del presente.

Podríamos comenzar por ubicar referentes cardinales en la historia de la escultura moderna como la artista Louise Bourgeois, que desbordó los límites de este medio, al introducir una dimensión profundamente íntima y feminista, sin pudor ni temor. Spider IV Araña IV se inscribe dentro de sus célebres esculturas de arañas gigantes en bronce; evocan su infancia y particularmente a la figura de su madre, dejando al descubierto memorias de su inconsciente con una libertad emocional oscura e inusual para su época. En su cuerpo de obra, Bourgeois no cesa de convocar tensiones entre el cuerpo, la psique y la materialidad.

Otras artistas como Judy Chicago, Heidi Bucher o Nancy Holt recalibraron la experiencia del cuerpo y su organicidad; cuestionaron los estereotipos asociados al cuerpo femenino y exploraron, casi de forma mística, la corporeidad en tránsito por el espacio abierto. Su trabajo aportó una porosidad sugestiva a movimientos posteriores como el posminimalismo, el Land Art y el conceptualismo, del cual como señala la teórica y crítica de arte Lucy Lippard: “fue en gran medida un producto del fermento político de aquella época que llegó relativamente tarde al mundo del arte”.

Esta desmaterialización del objeto artístico expandió los paradigmas de la escultura moderna en un momento especialmente fértil en el que se tejieron sinergias entre prácticas artísticas y movimientos sociales, como la guerra de Vietnam, la segunda ola del feminismo y el movimiento de liberación sexual. Además, lenguajes como la literatura, el cine y el performance permearon en la forma de imaginar y encarnar posibilidades políticas y afectivas, cuya resonancia incluso permanece en el arte contemporáneo.

En este sentido, el trabajo escultórico de Nairy Baghramian incorpora referentes históricos del minimalismo y el surrealismo mediante instalaciones cuyas formas se despliegan como miembros escurridizos en relación con la arquitectura entendida como organismo. Dwindler Disminución, compuesta por paneles de vidrio curvos sostenidos por estructuras de zinc semejantes a prótesis ortopédicas, puede leerse tanto como injerto médico como ducto constructivo. Sin embargo, su aparente funcionalidad se ve subvertida al adoptar la condición de un conducto intestinal integrado al metabolismo arquitectónico.
En una exploración escultórica más abstracta, el artista Claes Oldenburg, reconocido por sus esculturas blandas de gran formato, convierte objetos ordinarios de uso cotidiano en protagonistas de su obra. Mediante el uso de telas y otros materiales suaves al tacto, como en la escultura Soft Switches Interruptores suaves —una escultura compuesta por un simple par de apagadores de luz confeccionados en vinil—, el artista magnifica su escala e impregna el entorno de absoluta ironía y extrañeza.
En esa misma tensión —entre la escala del cuerpo humano y el espacio—, el artista Franz Erhard Walther realiza Das Neue Alphabet El nuevo alfabeto, una serie de veintitrés letras confeccionadas en lienzo de algodón que cuestionan tanto el uso del lenguaje como la materialidad de sus signos. De esta serie forma parte Form S, un lienzo carmín desplegado sobre el muro, dibujando el serpenteo de la letra como quien sostiene el aliento, mientras el tiempo y la presión del gesto van dejando delicadas marcas en la musculatura del cuerpo.
Bajo la vocación transformadora que proponía el polémico artista Joseph Beuys —quien sostenía que la formación del pensamiento ya es en sí misma una forma de escultura— y como guiño al trabajo de Bourgeois, la artista franco-italiana Tatiana Trouvé realiza Materasso Colchón. En esta pieza ensambla elementos sutiles pero contrastantes: un colchón de concreto sujetado fuertemente por dos cuerdas de piel, que lo mantienen suspendido a escasos centímetros del suelo. La aparente suavidad de este objeto, como medio para soñar, se ve alterada por el choque de texturas, generando una atmósfera ambigua que conduce hacia un laberinto onírico donde realidad, sueño y ficción se entrelazan, como portales que trastocan la neutralidad del espacio.
Desde esta perspectiva, las esculturas de Tania Pérez Córdova irrumpen como presencias inesperadas, abiertas a inagotables proyecciones de subjetividades. En su pieza Persona recargada de la cabeza (2012), realizada en alginato de sodio —material utilizado habitualmente para la obtención de moldes dentales—, la artista captura la impronta fugaz de un cuerpo, dejando que el orificio vacío opere como huella y vestigio. El contorno de la escultura se manifiesta así, como ausencia y espacio negativo, convirtiéndose en un umbral desde el cual emergen infinitas posibilidades narrativas.
Profundizando en la percepción y en la ontología misma de la materia, Organon 7 (2021), de Damián Ortega, se presenta como una escultura ambivalente. La aparente suavidad de los bordes en cada bloque apelmazado sugiere una textura blanda, casi plástica y dócil al tacto; sin embargo, esta impresión se petrifica al constatar la frialdad y rigidez del yeso y el cemento que conforman la pieza. Este aparente órgano epidérmico se revela, pliegue a pliegue, como un cuerpo geológico compactado.
Damián Ortega
“Quería mostrar un estado geológico en el que el material es flexible y dócil, fresco e hidratado, y que luego se vuelve fuerte y resistente, seco y fosilizado”.
Tal es el caso de la artista estadounidense Liza Lou, quien ha mantenido un compromiso de cuidado en sus procesos, vinculándose de manera responsable con mujeres artesanas en situación de vulnerabilidad, que trabajan junto con ella en la realización meticulosa de sus piezas. Esta dimensión afectiva y de cuidado, a partir de las formas de producir y trabajar con más personas, se entreve en la instalación Security Fence Valla de seguridad.

A primera vista, impone la ferocidad de una enorme jaula de seguridad hecha de púas y rígidos hilos de acero. Al observar de cerca la meticulosa labor artesanal con que diminutas cuentas de vidrio de Bohemia recubren por completo la pieza, la trama metálica adquiere un aire de sutileza, invirtiendo la narrativa. Este dispositivo violento de captura es ahora sometido por elementos delicados, frágiles y diminutos apelando a un cuidado desde la suavidad, la ternura y el afecto.

De este modo, la instalación no solo acentúa la delicadeza del entramado de sus materiales, sino que en sus fibras rígidas resguarda una dimensión social y ética que cuestiona la violencia de los sistemas de confinamiento, proponiendo una poética de subversión frente a las estructuras de represión.

El trasfondo de esta selección de piezas —realizadas con una delicadeza casi ritual— contiene una potencia que reside en la porosidad de sus bordes; en el encuentro con otro cuerpo igualmente poroso y sensible. Desde el umbral que estas materialidades evocan, emergen derivas poéticas que sugieren nuevas formas relacionales de hacer mundo, con otros cuerpos, humanos y no humanos; donde el quehacer artístico funciona como una balsa capaz de mantenernos a flote y navegar las incertidumbres del Antropoceno.