En esa misma línea de pensamiento se sitúa la pintura de G. Ulbricht de 1825, que inspiró la obra Clocked Perspective (2012) de Anri Sala. Ulbricht representa un paisaje donde destaca un reloj en la fachada de un castillo. En la composición, la estructura tiene una perspectiva distorsionada donde el reloj se mantiene frontal. Sala retoma esta ruptura perceptiva y la lleva al plano tridimensional en su obra. Deforma físicamente un reloj para que, según el ángulo en el que se vea, el objeto se distorsione o se corrija. Así, el tiempo se convierte en una experiencia visual cambiante, un símbolo de la regulación del tiempo alterado en la vida contemporánea.
Hoy, la conectividad permanente y la inmediatez tecnológica han impuesto un ritmo continuo y acelerado, muchas veces en tensión con los ritmos naturales del cuerpo. La escritora Kate Brettkelly-Chalmers señala, en su libro Time, Duration and Change in Contemporary Art Beyond the Clock, que nuestra dependencia del tiempo medido ha transformado la vida cotidiana, hasta el punto de adivinar la hora sin mirar el reloj. Esta capacidad de comprender el tiempo desde un sentido físico nos habla de cómo hemos internalizado un concepto abstracto que a su vez rige nuestras vidas.
Durante la Revolución Industrial, la concepción cíclica del tiempo cambió radicalmente. En Occidente, la antigua concepción temporal fue reemplazada por un tiempo lineal y cuantificable, donde el reloj y el calendario se impusieron como normas del nuevo orden capitalista, regido por la producción en masa. El reloj —hasta entonces símbolo de reflexión o vanidad— se convirtió en una herramienta de control. En las fábricas, los cuerpos eran sincronizados con las máquinas. La sensación de vivir “a contrarreloj”, hoy tan familiar, nació allí. Esta dinámica fue retratada por Charles Chaplin en Modern Times (1936), en la que parodia la velocidad y desconexión del tiempo moderno, evidenciando la pérdida de control sobre el cuerpo y la vida, y los efectos deshumanizantes de la industrialización.
En este contexto de velocidad y transformación constante surgieron lenguajes artísticos capaces de incorporar el tiempo de forma más directa. La invención del cine en 1895 marcó un punto de inflexión, por primera vez, el tiempo no sólo era representado, sino también manipulado, editado y reproducido. Así, el arte comenzó a existir no para perdurar, sino como experiencia efímera, viva y en constante transformación.
Como señala el historiador Jonathan Crary, esta nueva temporalidad impuso formas distintas de atención. La percepción ya no era lineal, sino fragmentaria, fluctuante, condicionada por cortes, repeticiones y estímulos simultáneos. Ese interés por capturar el movimiento se manifestó también en la pintura de vanguardia. En el futurismo, obras como Dinamismo di un cane al guinzaglio Dinamismo de un perro con correa de Giacomo Balla y Nude Descending a Staircase No. 2 Desnudo bajando una escalera n.º 2 de Marcel Duchamp buscaban representar el movimiento en imágenes fijas, creando secuencias visuales que evocaban tiempo, energía y repetición.
A partir de 1960 y 1970, con el asentamiento del arte conceptual, es decir, un momento artístico en que se privilegió la idea sobre la forma, distintos artistas comenzaron a experimentar con el tiempo efímero y mutable, explorando su potencial expresivo más allá de las formas tradicionales, que suponían la permanencia de las obras, siendo realizadas en materiales altamente duraderos como el mármol o la piedra. Un ejemplo fue el desarrollo de técnicas artísticas como el performance, las instalaciones temporales y el uso de nuevas tecnologías que dieron paso de un arte orientado a la permanencia hacia uno centrado en la duración, la repetición o la desaparición.
El videoarte fue clave en esta transformación. Artistas como Nam June Paik y Douglas Gordon usaron la imagen en movimiento para ralentizar, repetir o distorsionar el flujo temporal. Estas estrategias cuestionaban el ritmo acelerado de la cultura visual contemporánea y proponían una dimensión sensorial, emocional y subjetiva del tiempo. De esta forma, buscaron mostrar que el tiempo es una experiencia subjetiva, fragmentada y humana. Es, al fin y al cabo, un lenguaje que nos conecta a todos, pero es quizás uno de los más difíciles de comprender en su totalidad.
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